El año es 1531. En una pequeña cabaña en las laderas del Popocatépetl del volcán, erudito y poeta Álvaro de Sevilla reflexiona sobre su extraordinaria vida.
Para Álvaro fue uno de los pequeño ejército de conquistadores que, unos años antes, se lanzó a conquistar un imperio.
Hernán Cortés se proclamó la reencarnación del dios Quetzalcóatl poco después de su llegada al Nuevo Mundo, y él se aprovechó y se abrió paso a la ciudad capital.
Allí se encontró con Moctezuma, el emperador azteca, que al principio dio la bienvenida a los conquistadores a su ciudad, un baño de oro.
Pero fue un encuentro entre dos civilizaciones que sólo podía terminar en un caos, la muerte y la destrucción.
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